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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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15-06-2010

 

 

 

 

Mario y Yenia a diez años

SURda

 

 



FERNANDO MOYANO

"Después de puesta la vida tantas veces por su ley al tablero después de tan bien servida la corona de su Rey verdadero después de tanta hazaña de la que no se puede dar cuenta cierta en la su villa de Ocaña vino la muerte a llamar a su puerta"

Jorge Manrique

Era 1942, derrocada la dictadura de Terra el gobierno uruguayo decide tener buenas relaciones con todos los países aliados en guerra con Alemania, incluyendo la Unión Soviética. Manda como embajador plenipotenciario a Emilio Frugoni, el primer diputado socialista en este país, que unos años antes había sido expulsado del parlamento por interrumpir el juramento de Terra como presidente al grito de: "¡Ese juramento no tiene valor, porque el doctor Terra ha demostrado que no cumple lo que jura!". Lo acompañan dos jóvenes secretarios. Uno de ellos de veinte y pocos años, es Mario Jaunarena. La otra protagonista de esta historia es una muchacha rusa que en ese momento formaba parte de las milicias que defendían Moscú de la invasión alemana. Su libro autobiográfico "Contrapunto de recuerdos" comienza contando el enfrentamiento con un tanque. Pero para describirla como persona prefiero citar a Virginia García ("Imprescindibles entre nosotros", Alfagura Nro. 25) al año de la muerte de ambos. "Nunca había comprendido lo que es la guerra hasta que escuché a Yenia describir la penosa retirada del derrotado y destruido ejército alemán en el invierno ruso, esta mujer se compadecía del enemigo que había atacado y masacrado a su pueblo". En el metro de Moscú, Yenia escucha a unos extranjeros hablar en un idioma desconocido "que no era español" al que conocía por el sonido picante de las jotas, las eses y las ces. Era rioplantense. Unos meses después Mario le explica a Frugoni que se había casado con una muchacha rusa. "¡Ay, qué problema que vamos a tener!" dice el embajador que ya se la veía venir. El gobierno estalinista no permite la salida de Yenia del país, y la policía secreta la comienza a vigilar como si fuese una enemiga peligrosa. Recién en los pasillos de la Conferencia de San Francisco en 1945 y mientras se acordaba la fundación de las Naciones Unidas, los diplomáticos de Uruguay y la URSS llegan a un acuerdo que permite que Mario cumpla su invitación a Yenia de "venir a vivir al Uruguay capitalista". La historia sentimental de Mario y Yenia puede encontrarse también en los dibujos de ella, que también fue dibujante de Marcha y escenógrafa de El Galpón. En su serie de dibujos de Montevideo solía agregarse junto a Mario saludando en un pequeño detalle en una ventana, o al centro en una escena de un hombre que ofrece una rosa a una mujer centauro. La historia militante de Mario y Yenia está dispersa en varios lados, y en gran parte por escribirse. Mario siguió unos años en el Partido Socialista y en la edición de la revista "Nuestro Tiempo" que reunió en los años 50 a muchos de los intelectuales más destacados de la época. Terminada la guerra, el prestigio que cobró el Partido Comunista influye para que el Partido Socialista pierda ante él su electorado y su bancada, al tiempo que se les terminaba a los socialistas el contrato de su sede, justo cuando andan sin recursos. Mario, secretario de finanzas, propone: "La casa de acá al lado (la que es hoy "Casa del Pueblo" de la calle San José) se vende , si Ud. don Emilio pide un préstamo en el Banco República se lo dan a sola firma en el momento, hacemos una campaña de finanzas y en un año lo pagamos". Frugoni piensa que ese plan es una locura, que nunca le darían ese préstamo, o que nunca lo podrían pagar. Pero la audacia de Mario se termina imponiendo, van él y Frugoni al banco, entran y salen con la plata. Compran la casa, y al año y campaña financiera de Mario mediante, pagan el préstamo. Poco después en tiempos de Nikita, Mario y Yenia vuelven a visitar la URSS. Quedan muy impresionados por los cambios, la relativa "apertura" de ese tiempo -que poco duró. Tanto que su entusiasmo y la idea de buscar una política de unidad con el Partido Comunista fue vista con mucho recelo por sus compañeros de socialistas. Mario se termina apartando del partido y desde entonces militan ambos como independientes. Con los años van construyendo su riqueza más valiosa: su colección de amigos.

Ayudando a todos sin importar a que "tribu" perteneciesen, nunca conocieron ni la sombra del sectarismo. Sus distintas casas albergaron siempre a los perseguidos, aún a riesgo personal muy grande. En su apartamento de Punta Carretas funcionó varias veces el Secretariado del MLN, al cual nunca pertenecieron. Cuando el "abuso", la fuga de la cárcel por el túnel, le pidieron a Yenia un favor extraordinario. Llovía a cántaros, y era necesario ir a ver si la salida del túnel se había inundado. Las calles que rodeaban a la cárcel estaban rigurosamente vigiladas, ¡Pero nadie en su sano juicio saldría con este tiempo!, pensó Yenia. Y ese mismo pensamiento le dio la respuesta. Los milicos de guardia vieron a quién sería seguramente una pobre loca harapienta y desquiciada andando y hablando sola en medio de la lluvia. Yenia debió ir tres veces con tres disfraces distintos y burlando las guardias policiales a esa boca de salida para comprobar que efectivamente el operarativo debería suspenderse. Esta es apenas una de las anécdotas de su vida.

Poco después debieron salir escapados de Uruguay y fueron al Chile de Allende, donde continuaron militando de manera similar. Yenia da clases gratuitas de ruso en una fábrica y logra interesar a los obreros. Inventa por su cuenta la didáctica necesaria. El golpe contra Allende la sorprendió estando sola en Chile con Mario en Ginebra en ese momento, y viviendo exactamente frente a La Moneda bombardeada. Escapó de allí según cuenta, gracias a que era una perfecta "momia" para los prejuicios de las tropas chilenas: blanca, rubia, alta y de ojos grises. Siempre contaba que si en un allanamiento le revisaban la casa solía decir: "Oficial, no busque a mis amantes debajo de mi cama, están siempre sobre mi cama".

Cuando luego de la dictadura lograron volver al Uruguay, nada había cambiado excepto que traían toda la experiencia de haber atravesado nuevamente el mundo con su ojo atento. Mario contaba por ejemplo su contacto vivo en Yugoslavia con un pueblo que hacía su camino propio con alegría: "Teníamos más boliches y vida nocturna que en España". "De madrugada en Belgrado encontrabas que los distribuidores dejaban la mercadería entregada apilada en la calle, ante la puerta de los comercios que abrirían a primera hora. Nunca nadie robaba".

Varias veces me habló de un libro del historiador E.H. Carr,  "Los exiliados románticos" , una historia de los grandes revolucionarios populistas rusos emigrados del siglo XIX. Siempre sospeché que tanto le gustaba porque en parte contaba también su propia vida, o vidas como la suya. Cuando los compañeros de Alfaguara heredamos su extraordinaria biblioteca junto con la responsabilidad de hacer de ella una biblioteca popular; ese libro estaba también entre varios cientos de volúmenes de literatura política e histórica de primer nivel, con ejemplares inencontrables y en varios idiomas, todos los clásicos del marxismo en amplias colecciones más los representantes de las corrientes más recientes y de mayor nivel, reunidos con la misma amplitud mental y el esfuerzo sistemático que los caracterizaba.

Trabajando en la revista Alfaguara , Mario y Yenia nos enseñaron que se puede ser firme en los principios sin ser sectario, intransigente sin ser necio. Mario se oponía a subir el precio de la revista, en vez de ello asumía la tarea de una campaña de colaboraciones. Golpeaba las puertas de sus innumerables conocidos en todos los rincones de la izquierda uruguaya y la intelectualidad, encontrando a veces el rechazo indignado ante las posiciones de una revista muy crítica a la izquierda oficial. Pero en vez de achicar, Mario recrudecía las posiciones críticas, discutía horas, muchas veces sin llegar a acuerdo, pero recogía siempre una contribución.
Mario y Yenia anduvieron siempre sin aparato y siempre supieron tener unidad con todos sin ceder principios ni arriar banderas. La gente segura de sí misma no necesita salir al mundo vestida toda del mismo color, ni un libro de texto para poder pensar, ni una etiqueta para diferenciarse, ni un reglamento para organizarse. Logran ser amplios de mente y corazón. Si algo caracterizaba a Mario -cualquiera que lo haya conocido lo sabe- era su adversión radical a todo espíritu de copamiento, a todo verticalismo, a todo estilo autoritario. De lo único que era fanático era de la cristalinidad y de la pureza de procedimientos. Su libro "¿Por qué se malogró el socialismo soviético?" dedica, pese a su título, sus dos terceras partes a una crítica intransigente al capitalismo. Solamente luego de esto se ocupa de las críticas a una de las formas que asume lo que pretendió ser socialismo, para que quede claro que esa crítica no es en absoluto una propuesta a volver atrás, sino de ir más adelante. Podríamos resumir su idea central sobre ese problema con esto que me dijo una vez: "Si querés hacer cualquier cambio social en la escala que sea, el enemigo va a venir a atacarte con un ejército. Entonces no tenés más remedio que, para defenderte del ataque, formar otro ejército, porque no hay otra manera. Y cuando hacés eso, el enemigo se te metió adentro". Mario no tenía ni pretendía tener una fórmula teórica para resolver ese problema, excepto la fidelidad a los principios y el combate práctico permanente contra todo este tipo de perversiones. Y predicaba con el ejemplo. Aclaremos las cosas, ambos eran seres que venían de la militancia orgánica. Mario había sido dirigente del Partido Socialista, Yenia había sido miliciana en medio de la guerra. Su amplia cultura política y su inteligencia no ignoraban la necesidad de la organización, eso es obvio. Pero sabían perfectamente que hay en política valores superiores a los que la organización debe subordinarse y servir, si se pretende que sea política con sentido. Hace diez años Mario de 80 se encontró con un cáncer inoperable y un alzheimer que avanzaba. Y Yenia de 78 no quería ni la soledad en Uruguay, ni volver a Rusia en la nueva y dolorosa barbarie del odiado Yeltsin. Pero si le habían ganado a Stalin, a Pinochet, y a los milicos uruguayos, no se iban a asustar ante este nuevo enemigo. La decisión que tenían ante sí requería tener las cosas claras, estar en paz con la vida, y mucho coraje. Tenían eso. Y salieron de la vida de la misma forma en que anduvieron por ella: enteros. Habiendo servido siempre a su rey verdadero.

 

 
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